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Curiosamente, aunque se señala su
rechazo por la novela histórica, la proyección literaria de Morúa se ancla en la guerra;
mencionando los levantamientos de Quintín Banderas y Guillermón Moncada, como
inicio de la Guerra chiquita (1879). La realidad para Morúa está fundada entonces
en la participación negra, como su misma determinación; que aunque no única —secunda
el levantamiento de Betancourt— es tan importante y consecuente como las otras.
No obstante, Morúa es un autonomista
y mantendrá esta dualidad en todo, de sus novelas a sus discursos; porque esta
proyección suya es pragmática, como un perfecto —si bien precario— equilibrio
realista; entre el idealismo moral del independentismo y el material del
anexionismo, en el eje mismo de esa guerra. Morúa por tanto no subordina nunca
la causa negra, pero tampoco es un idealista sino un pragmático; una actitud
menos contradictoria que la de W.E.B. Du Bois en Estados Unidos por ejemplo,
con su atajo de contradicciones.
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Recuérdese que el pragmatismo de
Morúa no crece sobre el vacío, sino sobre el terror del general O’Donnell; con su maniobra de la conspiración de la
escalera, afectando todo intento de unidad nacional con el miedo al negro.
Este de hecho proviene de la revolución Haitiana, como elemento clave del
racismo cubano; de otro modo demasiado laxo en su singularidad, como un
problema políticamente peligroso en esta laxitud.
Eso es lo que resulta
incomprensible en el panorama cubano, intelectualmente más simple que el norteamericano;
por su ascendiente ibérico, que basando su humanismo en el romanticismo antes que
en el racionalismo, se precia de su voluntad. Esto es lo que explica la
reacción negra ante la frustración republicana, incluso con respaldo político
más allá del borde racial; sobre la base de esa justicia ideal y abstracta, que
se alimenta a su vez en la sublimación moral martiana.
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Lo peor no es eso —que es sólo lo que no sucedió—, sino que la culpa de esta crisis recae en el que hizo por resolverla; mientras todos, blancos y negros, tapan con el escándalo la mano responsable del genocidio, bajo la legitimidad filial del Ismaelillo. Que los blancos cubanos caigan en ese error es apenas natural, como muestra de esa irrealidad del ideario martiano; pero que un siglo después los negros cubanos no entiendan lo que pasó es escandaloso, perpetuando el mismo desdén que sus amos.
[1] . McElroy, Onyria Herrera. “Martín Morúa Delgado,
Precursor Del Afro-Cubanismo.” Afro-Hispanic
Review, vol. 2, no. 1, 1983, pp. 19–24. JSTOR,
http://www.jstor.org/stable/23052824. Accessed 24 July 2023.
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