Monday, July 24, 2023

Nueva vindicación de Martín Morúa Delgado

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En su ensayo sobre Morúa, en la revista afro hispánica, Onyria Herrera[1] señala la manipulación política de la insurrección de 1912; con la perversión del integracionismo y el ideario— de Morúa, desdeñando la culpa martiana en esos trágicos suceso. La culpa martiana aquí es más que metafórica, en la legitimidad filial de su hijo, entonces responsable del ejército republicano; pero también por el vacío de su idealismo humanista, con el que se funda el mito de la independencia nacional.

Curiosamente, aunque se señala su rechazo por la novela histórica, la proyección literaria de Morúa se ancla en la guerra; mencionando los levantamientos de Quintín Banderas y Guillermón Moncada, como inicio de la Guerra chiquita (1879). La realidad para Morúa está fundada entonces en la participación negra, como su misma determinación; que aunque no única —secunda el levantamiento de Betancourt— es tan importante y consecuente como las otras.

No obstante, Morúa es un autonomista y mantendrá esta dualidad en todo, de sus novelas a sus discursos; porque esta proyección suya es pragmática, como un perfecto —si bien precario— equilibrio realista; entre el idealismo moral del independentismo y el material del anexionismo, en el eje mismo de esa guerra. Morúa por tanto no subordina nunca la causa negra, pero tampoco es un idealista sino un pragmático; una actitud menos contradictoria que la de W.E.B. Du Bois en Estados Unidos por ejemplo, con su atajo de contradicciones.

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Es la inmadurez política de la cultura cubana la que no puede comprenderlo, y lo empuja al ostracismo histórico; contrario al caso norteamericano, en que las contradicciones de Du Bois alimentan el idealismo progresista. De hecho Morúa será conservador, haciéndose más incomprensible aún para el reduccionismo moderno; porque su base está en la precariedad social del negro y no su idealización, haciéndolo políticamente funcional.

Recuérdese que el pragmatismo de Morúa no crece sobre el vacío, sino sobre el terror del general O’Donnell;  con su maniobra de la conspiración de la escalera, afectando todo intento de unidad nacional con el miedo al negro. Este de hecho proviene de la revolución Haitiana, como elemento clave del racismo cubano; de otro modo demasiado laxo en su singularidad, como un problema políticamente peligroso en esta laxitud.

Eso es lo que resulta incomprensible en el panorama cubano, intelectualmente más simple que el norteamericano; por su ascendiente ibérico, que basando su humanismo en el romanticismo antes que en el racionalismo, se precia de su voluntad. Esto es lo que explica la reacción negra ante la frustración republicana, incluso con respaldo político más allá del borde racial; sobre la base de esa justicia ideal y abstracta, que se alimenta a su vez en la sublimación moral martiana.

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Sin embargo, la frustración republicana —más allá de lo racial— sólo expresaría esta inmadurez, como contradicción; a la que sólo se le puede dar tiempo, no para que se disuelva, sino hasta para que se defina en una perspectiva. Es esto lo que puede confrontarse una vez políticamente definido, por un estamento también maduro en su marginalidad; y que evitando una ruptura ontológica como la de 1912, hubiera permitido un desarrollo más consistente del asociacionismo negro.

Lo peor no es eso —que es sólo lo que no sucedió—, sino que la culpa de esta crisis recae en el que hizo por resolverla; mientras todos, blancos y negros, tapan con el escándalo la mano responsable del genocidio, bajo la legitimidad filial del Ismaelillo. Que los blancos cubanos caigan en ese error es apenas natural, como muestra de esa irrealidad del ideario martiano; pero que un siglo después los negros cubanos no entiendan lo que pasó es escandaloso, perpetuando el mismo desdén que sus amos.


[1] . McElroy, Onyria Herrera. “Martín Morúa Delgado, Precursor Del Afro-Cubanismo.” Afro-Hispanic Review, vol. 2, no. 1, 1983, pp. 19–24. JSTOR, http://www.jstor.org/stable/23052824. Accessed 24 July 2023.


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