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Por supuesto, esto reconoce que la
cultura Occidental ni comienza en Roma ni termina en Estados Unidos; pero toma
ambos puntos como referencia, sobre un estadio muy definido en el desarrollo
general de esta cultura. En este caso se trataría de estados propios de la
cultura, como expresión del desarrollo de la naturaleza humana; dada a su vez
por la comprensión de lo real, y su redeterminación como humano, en la cultura
como naturaleza.
Esta corrección germánica sería corrompida
sin embargo, en el desarrollo diacrónico de otros aspectos culturales; como el
sentido y administración del poder, en un problema que proviene del origen
mismo de esta cultura en el cataclismo minoico. La cultura germánica restauraría
el valor referencial de la naturaleza, como hermenéutica propia de la tradición;
pero comunicándole sus propios problemas, como este del poder, fusionado con la
especialización intelectual que trata de superar.
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Lo del desarrollo negativo del caso
griego se refiere a su origen en el cataclismo minoico, que es así negativo; en
tanto no se trata de una formación natural, como en el caso Igbo, sino de una
formación contranatural. Esto último sería lo que ocurra con la expansión del
comercio fenicio a la estrecha franja de la cultura micénica; que careciendo de
estructuras fuertes, no puede evitar la determinación de la sociedad en la
economía, no en la política.
No obstante, y por su misma
excepcionalidad, la excepción Igbo no puede desarrollarse en su contexto natural;
necesitando de un margen, equivalente al de la expansión comercial fenicia
sobre el vacío del cataclismo minoico. Este estaría dado por la precariedad
política de esa cultura, fuera de su contexto natural con el tráfico de esclavos;
funcionando como la fundación judía, al extraer la tradición egipcia de su
contradicción política, que la superaba en sus estructuras de poder.
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No obstante, en esta culminación
habrá creado una base para futuros desarrollos, como es propio de la historia; provenientes
de la evolución excepcional de fenómenos también excepcionales, como el de la
crisis política cubana. Esta crisis crearía una excepción en la tradición occidental,
al que fluiría —como el comercio fenicio— la marginalidad intelectual negra; como
producto natural del desmontaje de la tradición intelectual de Occidente, por
mera fatiga mecánica.
El desmontaje de esa tradición no
significa una eliminación total, sino su reducción a niveles funcionales
(mínimos); como la necesidad de ese grupo de reorganizarse existencialmente,
luego de la debacle política del país. Esta debacle los afectaría especialmente,
por su relativa precariedad política, en la falsa integración etnográfica del
país; estando la cuestión en si esto tendría el valor negativo de la excepción
griega o el positivo de la igbo, en su propia excepcionalidad.
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