Friday, July 22, 2022

Morúa Delgado y Juan Gualberto Gómez en la contradicción final

Al momento de la enmienda Morúa, la situación de los negros en Cuba era precaria, y parecía y podía empeorar; ya que estructurando la república según el modelo político norteamericano, es obvio que reproduciría sus contradicciones. En este sentido, es que cierto la cultura cubana seguía el modelo integracionista —de racismo no virulento— del feudalismo hispano; pero también es cierto que esa cultura estaba siendo remodelada por la estructura norteamericana, cuyo racismo sí era virulento y sistemático.

Esto explica la tendencia ideológica de la élite política negra en Cuba, emergiendo en las contradicciones de la república; cuyas referencias van a ser entonces las de esa misma élite en Norteamérica, con sus propias falencias intelectualistas. El conflicto político va a desconocer así la realidad de la clase popular negra en Cuba, pero beneficiándose de su pre Garveyismo; elaborando un discurso de legitimidad desde esa base popular, a pesar de su propia naturaleza —siquiera en términos políticos— elitista.

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De hecho, sería eso lo que propiciara la apropiación posterior de esa base popular —no elitista— por el progresismo; que integra esa base popular en las filas ideológicas del comunismo y el socialismo, a nivel también de base. Nótese que esta integración no ocurre nunca a nivel de liderazgo, como una élite política de hecho; a pesar de las figuras puntuales negras, que destacarán por su activismo funcional antes que un liderazgo efectivo.

Tal serán los casos posteriores de Jesús Menéndez y Lázaro Peña, que nunca abandonan su integración obrera; demostrando en esto que sólo eran figuras de intercambio, mediando entre la élite del liderazgo real y su base popular. Incluso estas figuras van a ser tardías en ese liderazgo medio, como el oficialismo negro de la NAACP en Estados Unidos; demostrando que se trata siempre de figuras útiles en términos de ascendiente —y con ello de legitimidad— popular, pero no de una consistencia efectiva.

Al momento de la Enmienda Morúa, esta contradicción estaría aún en ciernes, y sus alcances no son claros; menos aún para una de sus figuras centrales, como lo fue Morúa Delgado, que formaba parte de una de las fuerzas en contradicción. Estenoz, como Morúa, era otra parte comprometida en el conflicto, e incapaz como él de sobreponerse a su turbulencia; incluso Juan Gualberto Gómez, la personalidad más descollante de su época y miembro por excelencia de su élite, participaba parte de esta tendencia confrontacional; por lo que no había una personalidad capaz de sobreponerse al conflicto, e integrar sus contradicciones en una función complementaria.

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El caso de Juan Gualberto Gómez es especialmente interesante en esta circunstancia, por su propia proyección; vinculándose siquiera eventualmente a la dirección del Instituto Tuskegee de los Estados Unidos, no a la NAACP. Esto es importante, porque la confrontación cubana reproducía de algún modo la norteamericana; que entre las figuras de W.E.B. Du Bois y Booker T Washington, pugnaba entre el desarrollo económico (Morúa) y el político (Estenoz). Alineando ideológicamente con Estenoz, Juan Gualberto Gómez debió haber encontrado más afinidad política en la NAACP; pero envía a estudiar a su hijo a Tuskegee, poniéndolo directamente bajo la tutela de Washington, al que dirige una carta y hace promesas políticas.

Obviamente, para Juan Gualberto Gómez se trataba de una medida práctica y no política, puntual y no general; de hecho, era un problema familiar y no racial —aunque determinado por lo racial— a resolver por sus propios recursos. El fenómeno tiene que haber sido interesante para un adelantado como Gómez, en un ambiente ideológico enrarecido por las contradicciones; mostrando además la compleja superposición de intereses que se acumulan alrededor del conflicto, creando su propia masa crítica (momentum) y alcances.

Esto explica la masacre de 1912 y la gesta del PIC, en esa suerte de modelo sacrificial que inaugura todo en Occidente; inevitables entonces, siquiera como culpa nacional, sobre la que puede construirse el carácter, en la integración final; pero en un movimiento que realizará precisamente el ideario de Morúa, con ese impulso voluntarioso de lo negro en Cuba. La culpa, sin embargo, carece de toda consistencia propia, y por eso carece de todo valor positivo en su naturaleza referencial y reflexiva; derivando esa consistencia del conjunto de hechos al que se refiere, en una reflexión que sólo cobra cuerpo y sistematicidad paulatinamente.

Sunday, July 17, 2022

El Garveyismo en el contexto de Martín Morúa Delgado, la excepcionalidad cubana

El Garveyismo fue el movimiento impulsado por el jamaiquino Marcus Garvey, fundando su partido (UNIA) en 1917; pero esa habría sido solo la apoteosis de su desarrollo, comenzado tan temprano como con su propia experiencia laboral. Ya en 1908, Garvey —entonces vicepresidente del sindicato de impresores en Kingston— era despedido por sus actividades; lo que denota un vertiginoso desarrollo anterior, como base de la cultura política importada a Cuba por los braseros del Caribe.

Esto es importante, porque permite definir al Garveyismo como una cultura distinta del Renacimiento de Harlem; con el que se va a relacionar, en el enfrentamiento de la otra cultura de la era Jim Crown en los Estados Unidos. Se trataría entonces del Garveyismo como un fenómeno anglo caribeño, de corte más pragmático en su naturaleza popular; distinto en eso del movimiento franco caribeño de la Negritud, cuyo carácter era más especializado y elitista (intelectual), ideológico; y distinto también del Renacimiento Negro de Harlem (EEUU), tan elitista e intelectual como el de la Negritud, aunque menos ideológico[1].

Contrario al Garveyismo, la Negritud y el Renacimiento de Harlem eran susceptibles de manipulación política; dada la naturaleza intelectualista e ideológica de sus respectivas pretensiones políticas, más allá de lo racial. Esto lo mostrarán las críticas y ataques posteriores de W.E.B. Du Bois a Marcus Garvey, a propósito de la fundación de la UNIA; definiendo al Garveyismo más en concordancia con el industrialismo de Booker T. Washington[2], en la misma contradicción entre este y Du Bois.

Sería este complejo panorama el que incida en la tensión racial cubana que culmina con el Partido Independiente de Color; un movimiento de profundas —aunque relativas[3]— raíces nacionales, pero con una base abierta en el intercambio popular. El fracaso del Partido Independiente de Color, con la masacre de 1912, determinaría así el desarrollo posterior; con la subordinación del problema racial a las pretensiones políticas de la tradición liberal, con su humanismo neocristiano; confluyendo así, como en los casos del intelectualismo franco caribeño y norteamericano, en las tendencias socialistas y comunistas.

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Hasta entonces, el problema racial cubano se habría definido más por su ambigüedad que por alguna tendencia específica; fluctuando desde el nacionalismo, proveniente de la cultura integracionista hispánica, al resentimiento por las injusticias raciales de la República; que producía casos de desarrollo espectacular como el de Morúa Delgado, pero también de fragrante despojo, como Quintín Banderas. La diferencia entre los casos de Morúa y Banderas, que es típica, puede explicarse por el desarrollo de cada uno; el primero en su derivación hacia el autonomismo conservador, mientras el segundo se mantenía en el independentismo.

Más grave aún, en su naturaleza ideológica el independentismo carecía del pragmatismo político del autonomismo; y Banderas en particular era uno de los casos más radicales, respondiendo a los parámetros del heroísmo clásico, a niveles de crueldad. Sería este énfasis último, natural en la época, el que afectaría el desarrollo y la integración paulatina de los negros en la república; pero creando en ello el resentimiento también natural, que alimentaría su ambigüedad de clase en problema político.

De ahí la importancia —si bien subrepticia— del movimiento que culmine en el Garveyismo, como cultura de referencia; que va a ser criticado por el nacionalismo de la clase media —mayormente blanca— como extranjerizante, agudizando el conflicto racial. Como resultado de esta confrontación, Morúa Delgado simplemente habría sido sobrepasado por la complejidad de su circunstancia; pudendo sentar sólo la base para un desarrollo político posterior discontinuo, como el economicista de Booker T. Washington en los Estados Unidos.



[1] . La singularidad en este sentido del Renacimiento de Harlem como fenómeno, es que no se reducía al elitismo intelectual; sino que dependiente incluso de una amplia representación artística y especializada, este arte (música, teatro, etc.) incluía un carácter más popular. Debe recordarse que manifestaciones artísticas como la poesía, el teatro o la música eran más bien de corte recreativo; careciendo entonces de la determinación racionalista del academicismo que padecerá el arte postmoderno, siendo en ello que resida su capacidad reflexiva, antes que la función discursiva de este último.

[2] . La crítica tradicional define la temprana propuesta de Washington como de acomodamiento, evitando el matiz ideológico; pero ya la línea de Garvey es definida en este sentido, como procapitalista, en contraste directo con la ya abiertamente socialista de Du Bois. Especialmente llamativo será que entre las críticas de Garvey a Du Bois, resalta la ausencia de oficiales negros en la NAACP; motivando las suspicacias por su mayor integrismo segregacionista, desarrollado posteriormente por cierto extremismo negro, como el de la nación del Islán.

[3] . La historia de Cuba está plagada de líderes extranjeros, venerados como propios del panteón nacional, en contradicción con toda exacerbación nacionalista; comenzando por el primer líder insurrecto, el taíno Guamá, de origen quisqueyano, igual que el generalísimo Máximo Gómez..

Wednesday, July 13, 2022

El conflicto de Martín Morúa Delgado en contexto (1ra parte)

Respecto a Martín Morúa Delgado, es erróneo reducirlo a la contradicción con el Partido Independiente de Color; e igual de grave es reducir esta contradicción a las personalidades que envuelve, dejando fuera el contexto en que ocurre. Al fundarse el PIC, Cuba participaba del desarrollo de las relaciones interraciales en el área, que incluía el Caribe y los Estados Unidos; también por su importancia económica y emergencia política, puede decirse que era su capital fuera de los Estados Unidos, con su propia dinámica. 

De hecho, Cuba se resolvía bajo la influencia de Estados Unidos, que vivía su mayor crisis desde la Independencia; con el proceso de la emancipación, agravado por la naturaleza menos virulenta de estas relaciones en Cuba. Eso no era gratuito, formadas en el modelo hispánico, sus culturas emergentes eran integracionistas, no segregacionistas; lo que no excluye la formación de focos virulentos dentro del sistema, pero más bien puntuales antes que sistemáticos, incluso si tolerados.

También se trataba de relaciones funcionales en tanto políticas, típicas del modelo feudal, de servicio y vasallaje; pero como un sistema de clases integradas en esta funcionalidad, dando forma al cuerpo político del imperio. Mientras, en contraste, las relaciones dentro del creciente industrialismo anglo norteamericano eran más móviles; pero por su índole segregacionista, dependiendo directamente del poder económico antes que de alguna función política directa.

En este sentido, es también erróneo comprender las relaciones capitalistas, como basadas exclusiva en el capital; no en el sentido de ese capital como el acceso a bienes y servicios concretos, distintos del capital como concepto abstracto; que es lo que lo explica no sólo en su función política, sino también en los sucesivos traumas y contradicciones con que esto ocurre. De ese modo, las relaciones capitalistas —aún emergentes— cumplen una función discriminadora, no integracionista; reorganizando la estructura social, que aún no se habrían establecido en una tradición con cuerpo y referencias propios, como el feudalismo español.

Todavía, los elementos que dan forma al conflicto en una y otra cultura son distintos y contradictorios entre sí; con chinos y blancos pobres mediando entre negros y blancos ricos —que hacen el conflicto de clases antes que racial— en Cuba; e irlandeses como blancos pobres, mediando entre negros y el resto de la sociedad en los Estados Unidos. En el primer caso, la mezcla produce una convivencia interracial en los estratos más pobres de la restructura, propiciando el mestizaje; en el segundo abre la puerta de la migración social para los irlandeses, con su integración paulatina dada la identidad racial, mientras la cierra sobre los negros. En ambos casos, la naturaleza racial o de clases del conflicto es relativa y no absoluta, como una prioridad formal; de modo que el conflicto de clases se hace racial en Cuba, mientras el racial se hace de clases en Estados Unidos; pero sin que ninguno de estos pierda su identidad excepcional, determinada por la excepcionalidad de su propio desarrollo.

La inteligencia negra carece así de referencias propias, con las que resolver sus conflictos de integración en Cuba; cuya estructura era de suyo —de algún modo— racista, porque toda estructura se organiza en alguna discriminación; aunque careciera de esa virulencia de la norteamericana, de la que se distingue sólo en los alcances, no en los principios. Por eso, esta inteligencia acudiría a las referencias que trae de esa virulencia Norteamérica, que responde a los mismos principios; con el fantasma además del heroísmo clásico de la revolución haitiana detrás, que perpetúa en la dialéctica —como contradicción lineal— el problema político.

Sería contra esto que habría actuado Morúa, apelando a la extrema sutileza política del estadista en su circunstancia; que puede comprender no sólo la peculiaridad de las condiciones nacionales, sino que trata de aprovecharlas. Su deficiencia habría estado en no tener en cuenta esas otras referencias, en medio de su propio espectro nacionalista; desechadas como extranjerizantes, como si Cuba no formara parte de esa reestructuración constante que la sobrepasaba; y que incluía desde la emergencia de las nuevas formas de producción, hasta las contradicciones que estas producían en su restructuración de la sociedad; y hasta el flujo constante de la integración del área en una cultura transnacional, que expandía los conflictos norteamericanos. 

Segunda parte: El garveyismo como influencia especial en el contexto de Morúa Delgado

Saturday, July 2, 2022

El enigma de estas islas [de aquí]

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La princesa de estas islas es una alegoría que titula un capítulo de Darkwaters, el libro de W.E.B. Du Bois; también es un capítulo en una biografía de la sufragista negra Adella Hunt Logan, escrita por una nieta suya[1]. El vínculo interesante es que Adella y Du Bois fueron contemporáneos, que compartieron causa y correspondencia; ambos confluyendo en el universo de la universidad de Tuskegee, ella como miembro y el otro como crítico de su presidente, Booker T. Washington.

Esta confluencia ayuda a comprender mejor, con la mediación de Logan, la relación de Washington y Du Bois; que es compleja, porque no se trataría de una confrontación directa, sino sobre intereses que todavía afectan a la humanidad. Más complejo es todo aún, cuando se conoce que estas islas es como se conocía a la misma universidad; que deviene así en un mundo completo, capaz de generar sus propias alegorías, creando su leyenda fundacional con consistencia propia y suficiente; y su efecto, en este sentido, de algún modo va a reproducir el de las islas del este sobre Norteamérica, con su cultura Gullah Geechee.

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En algún momento, y como alegoría dentro de la alegoría, estas islas (de aquí) es como se denomina a la realidad; al menos en el capítulo inicial de esa biografía de Logan, en lo que parece una oscura leyenda Cherokee[2]. Parece fácil establecer este vínculo, de la universidad de Tuskegee con una realidad de valor y consistencia propios; pero en esa leyenda, esta realidad tiene la misma naturaleza perversa que el mal en el maniqueísmo cristiano.

Eso tiene sentido, si el universo hermenéutico del existencialismo negro nace en las denominaciones protestantes; que en su rigorismo recuperaron ese sentido maniqueo de la moral cristiana, relativizado por el pragmatismo católico, con su corrupción. No obstante, más allá de todo eso —y paradójicamente— estas islas (de aquí) adquieren otra connotación propia; esta vez de extremo pragmatismo, en esa fundación no legendaria de la contradicción política que fuera el universo Tuskegee.

Esta se lo imprimiría la cordialidad de un saludo de Frederick Douglass a la Logan, como la gente de estas islas[3]; significando entonces no una abstracción conceptual, como la realidad en sí, sino la realidad concreta y puntual. Se trataría del universo Tuskegee, con todo y la ambigüedad del imaginario Cherokee, en que se funda o no; porque funcionaría así como el dasein en que se realiza el Ser (negro), en la tensión con que relaciona esas contradicciones suyas.

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Si la leyenda original es profundamente maniquea, la alegoría de Du Bois no lo es, con todo y su sentido moral; menos aún lo es la extrema experiencia que reconoce Douglass en Tuskegee, como las personas en que se realiza esta. Por supuesto, con esta perspectiva, la alegoría de Du Bois se referiría a la Logan como la princesa de estas islas; lo que no es importante, porque su función —en tanto alegoría— es reflexiva, no histórica sino ontológica en su puntualidad.

En Du Bois, el ideal (absoluto) de esta princesa, es contradicho con el pragmatismo vulgar del príncipe de allá; en quien no es difícil reconocer al presidente de Tuskegee, en función también alegórica y en ello reflexiva, igualmente en su puntualidad. Sin embargo, ni aún el mismo Du Bois consigue reducir esta contradicción a esa tensión directa, incluso en ese sentido moral; sino que esta se hace pragmática en su propia suficiencia, al aludir a esa personalidad dramática de la Logan, que era no sólo negra sino mucho más.

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Du Bois —pretensioso en su idealismo— puede presentarse a sí mismo como el mendigo de su propia alegoría; que enigmático media entre la princesa como realidad y el príncipe como poder efectivo, que él asume pretensioso. Singularmente sin embargo, ambos están relacionados por ella, que les resta en ello absolutividad con su propio alcance; esta sería la función espectacular del nuevo pensamiento negro, como reorganización del universo hermenéutico de Occidente.

Se trata de la corrección del vicio reduccionista, con que Occidente no consigue ilustrar la gracia como posibilidad; que es el problema de la tradición idealista, distorsionado como el humanismo neocristiano, desde la apoteosis ilustracionista. El problema va entonces a la raíz de Occidente, redimible en este Nuevo Pensamiento Negro como realismo trascendental; justo por el pragmatismo con que consigue conveniar los problemas de la realidad en su puntualidad, no en las abstracciones de su elitismo.



[1] . The princess of the hither isles, Yale University Press/ 2019

[2] . The people who can fly, chapter one (Ibdem)

[3] . The hither isles, chapter six (Ibdem)