Sunday, November 27, 2022

La debilidad de San Isidro

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Uno de los elementos más atractivos del movimiento San Isidro fue su componente étnico, con énfasis en lo negro; pero no lo negro como negritud, sino como reducto social por defecto, en el que confluían sus miembros. En definitiva, la negritud como fenómeno político cultural no ha podido madurar en Cuba, desde el fatídico 1912; puede que por las mismas razones como base, pero ahora con el perverso carácter represivo del sistema político imperante.

No deja de ser interesante, personalidades como Alcántara y Maikel Osogbo proponían un nuevo tipo de liderazgo; que emanado de la misma naturaleza popular de la realidad, insistía en este carácter no especializado suyo. Era también contradictorio, pues lo más que ellos —y su entorno— podían hacer era negarse a seguir el desarrollo natural; es decir, no desarrollarse en un sentido específico, sino negarse a toda corrupción, en el hedonismo puro de su existencia.

No obstante, eso sí refleja una carencia, que exige algún desarrollo, dirigiéndolo a alguna madurez política; y es la de la realidad del negro cubano, que todavía asume su negritud por defecto —lo que le tocó— y no positivamente. Después de todo, sobre toda la nación y no sólo sobre los negros se erige el problema nacional, que es político; pero este problema no puede imponer una prioridad sobre la especial del negro, so pena de perpetuar su conflictividad.

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No hay que olvidar que toda realidad es el conjunto de cosas que la componen como fenómeno, en su actualidad; y en el caso cubano, la extrema negación y ambigüedad respecto al problema racial, es parte intrínseca del problema. El mismo parámetro de la unidad nacional, que determinara el conflicto en sus inicios, no pasa de ser un mito fundacional; y a partir de ahí, toda otra construcción es y será inconsistente, al carecer de ese referente propio en la realidad.

La unidad nacional nunca fue real más allá del pensamiento martiano, que era moralmente sublime pero no pragmático; y esa sublimidad moral es la única base de esa unidad nacional, pero como violencia —no plenitud— contra lo cubano. Puede parecer paradójico, pero no lo es, desde la misma asamblea de Guáimaro en que se funda la nación como prospecto; no como una reunión de patriotas, sino de anexionistas obligados a la precariedad de la alianza con el independentismo; y eso por la sencilla razón de su mutua debilidad, en el mismo impase que mantiene irresuelto el estado de Puerto Rico para los mismos puertorriqueños.

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Ese panorama es lo que se complica aún más con la traición de la revolución cubana, en su artero juego racial; aprovechando el ascendiente comunista sobre la negritud como clase, para desactivar su capacidad de desarrollo político. Ese mismo ascendiente comunista tampoco era gratuito, sino que respondía a las manipulaciones internacionales; pero sí es cierto que ofreció a los negros un espacio institucional, en el que protegerse efectivamente de la agresión política.

No es extraño entonces que aún hoy los negros sean impresionables con ese fantasma de la unidad nacional; lo son todos los cubanos, enfrentándose entre sí por su causa, cuánto no lo serán los jóvenes negros. No obstante, como en el caos que es, la realidad no puede evitar la confluencia de sus determinaciones; y eso explica la magnífica floración de San Isidro, como un momento especial, en que lo negro podía sentar su propia fundación.

Pena que el proceso sea desmesurado en la complejidad, como todo lo que envuelva a Cuba de algún modo; con esa tendencia al nacionalismo —tan triunfante como ilusorio— en que ancla siempre sus aspiraciones. La debilidad de San Isidro, como la de todo lo cubano, sería esa existencia por defecto, no positiva sino negativa; porque en ella ignora sus propios referentes más allá de lo cubano, con los que puede contribuir al desarrollo nacional.

Saturday, November 26, 2022

La música cubana en el renacimiento de Harlem

El elitismo del llamado Renacimiento de  Harlem es controversial en su intelectualismo, pero sólo como principio; en la práctica, y como especialización, esto se revertiría una evolución peculiar del fenómeno de la negritud. Se trataría del vuelco que impone al problema de la identidad como nueva determinación ontológica, en el africanismo; no en la tendencia natural pro capitalista e industrialista —de Tuskegee y Garvey— de occidentalización de lo africano, sino a la inversa.

Lo que esto plantea es la perspectiva para un desarrollo, sobre esa base misma del intelectualismo occidental; que respondiendo a su intuición sobre el trascendentalismo en el arte, se interesa en las culturas primitivas. Es de esta contradicción primera que surgen las otras, como la misma intuición sobre la capacidad reflexiva del arte; capaz en ello de suplir una comprensión sobre las determinaciones trascendentes de la realidad, y en ello de valor existencial.

Igual que la negritud surge del interés en el colonialismo, el problema identitario surgiría entonces del primitivismo; que atribuye un valor propio —no importa si errado o no— a ese arte, permitiéndole existir en sí mismo. Es a partir de ahí que puede desarrollar su propia ontología, en la corrección de la que se le atribuye; y derivando así un valor positivo del negativo anterior, como en la conversión de los números irreales a trascendentales.

Esto se entiende del estudio de Guridy[1] sobre la introducción de la música cubana en Harlem, de la mano de Langston Hughes; que es por supuesto un fenómeno ambiguo, ya que ninguna de las partes habría poseído una clara identidad negra[2]. Al respecto, debe aclararse que —siendo un estadio tan temprano— ninguno podía tener una conciencia positiva de identidad; que es por lo que sus postulados políticos responden a la racionalidad del momento, como crítica y ajuste de occidente en sus propias necesidades.

No obstante, el cambio sutil que suscita el interés artístico en el primitivismo funcionaría en este sentido; primero, en ese establecimiento de lo negro como objeto de interés occidental, del que este derivará otro suyo. Esta dinámica habría sido imposible a nivel popular, por la falta de ascendiente directo sobre este espectro de la cultura; ya que precisamente, esta música habría conservado sus atributos formales (africanos) por su desarrollo excepcional[3]. Habría sido este desarrollo excepcional lo que preservara esos elementos africanos como propios de la música; integrados armónicamente en su tradición musical con peso propio, en vez de sublimarlos como en el caso norteamericano.

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Esta peculiaridad sería la que de peso propio a ese elitismo intelectualista de Harlem, a parte del activismo político; permitiendo la formación de un espectro propiamente negro, que cubra toda la capacidad reflexiva del arte. Esto, por ejemplo, explicaría la relevancia de Du Bois sobre el arte negro, aun reduciéndolo a la función ideológica; si en definitiva, su pragmatismo subyacente le permite apostar por la mera presencia como funcional en sí misma.

Esto sería lo que, relativizando el alcance de su postulado, permita su ajuste crítico dentro del mismo espectro; en figuras como la de Wallace Thurman, que en vez de negarlo sólo lo ajustaría en ese postulado sobre la función del arte. Es en esta absoluta contradicción, que como un caos puede establecerse la nueva determinación de lo negro; que es entonces el llamado Nuevo Negro de Alain Locke, aún si como base para el desarrollo desde esa primera madurez.  



[1] . Frank Andrés Guridy, Forging Diaspora, The University of North Carolina Press ed. (2010), cap III: Blues and Son from Harlem to Havana.

[2] . De hecho, Guridy resalta las crítica del convencionalismo negro al carácter populista de la poesía de Guillén; que se refiere además a su poesía específicamente negrista, que es una convención de la vanguardia tradicionalmente blanca.

[3] . Se refiere al carácter inclusivismo político del colonialismo hispánico, que incluso si también racista contrastaba con el segregacionista del  inglés.

Friday, November 4, 2022

The Strange Phenomenon of Duboisian Socialism

One of the most fascinating aspects of WEB DU Bois is its socialist militancy, for its amazing pragmatism; a tendency that obviously takes from its stay in Germany in the last decade of the nineteenth century, from the spectrum of Idealism. It's fascinating, because the conflict Du Bois encounters in Germany is purely political, not philosophical; although it turns to philosophy to justify his relevance, in the Young Hegelians, who were not philosophers in the strict sense.

Actually, and as a principle, this should not be strange either, because socialism does not arise from Hegelianism; but in the France of XVII and XVIII centuries, as a critique of modern industrialism and its alienation of the individual. It is, however, Karl Marx's economic neo-determinism what elevates it to ideologic systematization; creating the hermeneutical spectrum of Materialism, but because the need of Idealism to create its own critical referent.

Du Bois comes from the hermeneutical spectrum of American pragmatism, created by Charles S. Peirce; known for semiotics, but because its idealistic edge-cutting nature, not for its recovery of the realist tradition. Even this filiation is secondary in Du Bois, who —like the Young Hegelians— is not a philosopher in the strict sense; his own object is sociology, and not by the abstract character in which it develops, but by its own existential experience.

Indeed, sociology is born in European intellectualism, between French positivism and German negativism; that is why it does not have great roots in the United States outside academic circles, less popular than in Europe. However, it is interesting for Du Bois, as a free black in the midst of American racial tensions; and in whose context —even academic— the most attractive hermeneutical spectrum is Peirce's emerging pragmatism.

Hence Du Bois comes into contact with the political pressures of German socialism, not with its determinism; acceding by his own hermeneutics to the crisis, with his own experience of social contradictions. Hence, Du Bois's socialism is not an alternative system to capitalist, but its critical adjustment as reality; since his hermeneutics does not give him the economic referents of idealistic determinism, but of pragmatism.

This pragmatism, still moral –although already based in realism– would be what his original vision allows; by which socialism can be posed as an intrinsic and apotheosic contradiction of capitalism, not its nemesis. This would be due to the problems posed by the exercise of power and social configuration, in any political system; something not resolved by Marxism itself with its scientific communism, which postpones it in the socialist transition.

Hence, for example, the recurrence of the socialist alternative only in cultures of imperial tradition, such as China or Russia; at the same time as the character of permanent political crisis and economic precariousness, in cultures without that absolutist tradition. Important in this is the interference of European political elitism, with the intrigues of its feudal model; like the manipulations that ended the French monarchy, in its process of populist —not popular— revolution.

Du Bois understands these dangers, and therefore the unique nature of reality as a political one, in economics; which is nevertheless not deterministic but pragmatist, in a mediation of the hermeneutical conflict of socialism.  It is probably this singularity —even exceptionality— what determined his final break with the liberal tradition; not with socialism, which is ultimately a conservative variant, but with the intellectualist elitism of that tradition.

After all, in its ultimate demands to NAACP is the unusual pragmatism of these economic conditions; that seem to bring him closer to the industrialism of Booker T. Washington, but in reality keeps him in a distant criticism. Du Bois is  pragmatic but not capitalist, which is another form of moral dogmatism, in its alienation of the individual; rather, it postulates that strange form of pragmatic socialism, in which the individual would project himself freely in his society.


Wednesday, November 2, 2022

The paradoxical problem of black conservatism and its no less paradoxical solution

The alignment of relative minorities with the liberal tradition is part of the political nature of that tradition; that is not the problem, nor the ethical suprematism with which it justifies this alignment, as part of its dogmatism. What would be a problem is the inability of the conservative strands of these minorities to overcome this; Just because they respond to the contradiction in the same terms in which it is always posed by that liberal tradition, as a moral problem.

Thus they are like two religions confronting each other, in which one has the obvious reason for its moral suprematism; while the other, clinging to the pragmatism of experience and concrete data, cannot support them equally. The problem is dialectical, insofar as the moral argument does not respond to practical or immediate results; but precisely to a sublimated vision of reality, self-justified in that own suprematism.

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Therefore, the conservative tradition does not consider the obsolescence of its principles, which are not universal; as are those of the liberal tradition, although that also means that they are unreal in that sublimity. The confrontation of this sublimity with concrete facts or data, such as a rationality, is absurd; because it is like the postulation of the existence of God against that of its inexistence, something incomprehensible to the other party.

In fact, dialectical development consists in the evolution from liberalism to functional conservatism; displacing the current conservative tradition with its own dogmatism, into a new moral tradition. Hence, for example, as moral, the liberal tradition becomes dogmatic, in a functional conservatism; making morality not the reference function for the determination of existence, but that same determination.

Black conservatism can only overcome this appealing to its marginality, not to suprematism; it is in this way it can overcome liberal dogmatism, but not with another conservatism, but with its pragmatism. In this way, black conservatism –like that of any minority– becomes a functional liberalism; insofar as it does not depend on morality, it does not respond to the liberal contradiction, which is itself incontestable.

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It should be noted that, ultimately, this contradiction comes from the Manichaeism of Christian morality; that by determining even the subsequent understanding of dialectics as a principle, makes insoluble every contradiction. Therefore, the only solution is one that does not respond to the contradiction, but appeals to the very nature of the problems; in this case –of black conservatism–  to the pragmatism of its real and immediate problems –not abstracts.

In the American case, the contradiction goes back to the relationship of Booker T. Washington and W.E.B. Du Bois; that from such an exemplary it would even function as a principle of reference, with its own dialectical and universal value. In this, Washington represents conservative pragmatism, which however is not moral, but factualist; and Du Bois would represent liberal suprematism, even with its moral idealism, anchored in the Western tradition.

Of course, as a historical one, this contradiction is much more ductile and complex, but it serves as a reference; and in this reference, it’s that moral suprematism of Du Bois which fails, in the reality of it’s political manipulation. That, however, does not stablish the black Americans in the conservative triumphalism of its concrete results; because that does not go far as to deny the reality –also palpable– of the social and political injustice of which he is a victim.

However, it does give the black –as an individual– a concrete reference, from which he can develop himself; always establishing a new set of concrete facts, in his existential development, as his own reality.  Thus, faced with the functional conservatism of the liberal tradition, the conservative would function as its liberal complement; offering the necessary space for development –as an individual– for this, with its own referents in these concrete facts.


El paradójico problema del conservadurismo negro y su no menos paradójica solución

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La alineación de minorías relativas con la tradición liberal es parte de la naturaleza política de esa tradición; ese no es el problema, ni el suprematismo ético con que justifica esta alineación, como parte de su dogmatismo. Lo que sí  sería un problema es la incapacidad de las vertientes conservadoras de esas minorías para sobreponerse a esto; justo porque responden a la contradicción en los mismos términos en que la plantea siempre esa tradición liberal, del problema moral.

Así son como dos religiones encontradas, en la que una tiene la razón evidente de su suprematismo moral; mientras la otra, aferrada al pragmatismo de la experiencia y los datos concretos, no puede respaldarlos igualmente. El problema es dialéctico, en tanto el argumento moral no responde a resultados prácticos o inmediatos; sino precisamente a una visión sublimada de la realidad, auto justificada en ese suprematismo propio.

Por eso, la tradición conservadora no tiene en cuenta su la obsolencia de sus principios, que no son universales; como sí lo son los de la tradición liberal, aunque eso también signifique que son irreales en esa sublimidad. La confrontación de esta sublimidad con hechos o datos concretos, como una racionalidad, es absurda; porque es como la postulación de una existencia de Dios contra la de una inexistencia de Dios, algo incomprensible para la otra parte.

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De hecho, el desarrollo dialéctico consiste en la evolución del liberalismo a un conservadurismo funcional; desplazando a la tradición conservadora vigente con su propio dogmatismo, en una nueva tradición moral. De ahí, por ejemplo, que en tanto moral, la traición libera devenga en dogmática, como la conservadora; haciendo de la moral no la función referente para la determinación de la existencia, sino esa misma determinación.

El conservadurismo negro sólo puede sobreponerse a esto apelando a su marginalidad, no al suprematismo; porque es en esto que puede rebasar el dogmatismo liberal, pero no con el conservador, sino con su pragmatismo. De ese modo, el conservadurismo negro —como el de cualquier minoría— deviene en un liberalismo funcional; en tanto no dependiendo de la moral, no responde a la contradicción liberal, que es de suyo incontestable.

Hay que tener en cuenta que, en definitiva, esta contradicción proviene del maniqueísmo de la moral cristiana; que determinando incluso la comprensión posterior de la dialéctica como principio, hace insoluble toda contradicción. Por eso, la única solución es la que no responde a la contradicción, sino que apela a la naturaleza propia de sus problemas; en este caso —del conservadurismo negro— al pragmatismo de sus problemas reales e inmediatos —no abstractos—.

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En el caso norteamericano, la contradicción se remonta a la relación de Booker T. Washington y W.E.B. Du Bois; que de tan ejemplar funcionaría incluso como un principio de referencia, con valor de suyo dialéctico y universal. En esta, Washington representa el pragmatismo conservador, que sin embargo no es moral, sino factualista; y Du Bois representaría el suprematismo liberal, incluso con su idealismo moral, anclado en la tradición occidental.

Por supuesto, en tanto histórica, esa contradicción es mucho más dúctil y compleja, pero sirve como referente; y en esta referencia, es ese suprematismo moral de Du Bois el que fracasa, ante la realidad de su manipulación política. Eso, no obstante, no sienta al negro norteamericano en el triunfalismo conservador de sus resultados concretos; porque eso no alcanza a negar la realidad —también palpable— de la injusticia social y política de la que es víctima.

Sin embargo, sí le ofrece al negro —en tanto individuo— una referencia concreta, sobre la que puede desarrollarse; sentando siempre un nuevo set de hechos concretos, en su desarrollo existencial, como su propia realidad. Es así que, ante el conservadurismo funcional de la tradición liberal, la conservadora funcionaría como su complemento; ofreciendo el espacio de desarrollo necesario —en tanto individual— para ello, con sus propios referentes en esos hechos concretos.