Al momento de la enmienda Morúa, la
situación de los negros en Cuba era precaria, y parecía y podía empeorar; ya
que estructurando la república según el modelo político norteamericano, es
obvio que reproduciría sus contradicciones. En este sentido, es que cierto la
cultura cubana seguía el modelo integracionista —de racismo no virulento— del
feudalismo hispano; pero también es cierto que esa cultura estaba siendo
remodelada por la estructura norteamericana, cuyo racismo sí era virulento y
sistemático.
Esto explica la tendencia
ideológica de la élite política negra en Cuba, emergiendo en las
contradicciones de la república; cuyas referencias van a ser entonces las de
esa misma élite en Norteamérica, con sus propias falencias intelectualistas. El
conflicto político va a desconocer así la realidad de la clase popular negra en
Cuba, pero beneficiándose de su pre Garveyismo; elaborando un discurso de
legitimidad desde esa base popular, a pesar de su propia naturaleza —siquiera
en términos políticos— elitista.
De hecho, sería eso lo que
propiciara la apropiación posterior de esa base popular —no elitista— por el
progresismo; que integra esa base popular en las filas ideológicas del
comunismo y el socialismo, a nivel también de base. Nótese que esta integración
no ocurre nunca a nivel de liderazgo, como una élite política de hecho; a pesar
de las figuras puntuales negras, que destacarán por su activismo funcional
antes que un liderazgo efectivo.
Tal serán los casos posteriores de
Jesús Menéndez y Lázaro Peña, que nunca abandonan su integración obrera;
demostrando en esto que sólo eran figuras de intercambio, mediando entre la
élite del liderazgo real y su base popular. Incluso estas figuras van a ser
tardías en ese liderazgo medio, como el oficialismo negro de la NAACP en
Estados Unidos; demostrando que se trata siempre de figuras útiles en términos de
ascendiente —y con ello de legitimidad— popular, pero no de una consistencia
efectiva.
Al momento de la Enmienda Morúa,
esta contradicción estaría aún en ciernes, y sus alcances no son claros; menos
aún para una de sus figuras centrales, como lo fue Morúa Delgado, que formaba
parte de una de las fuerzas en contradicción. Estenoz, como Morúa, era otra
parte comprometida en el conflicto, e incapaz como él de sobreponerse a su
turbulencia; incluso Juan Gualberto Gómez, la personalidad más descollante de
su época y miembro por excelencia de su élite, participaba parte de esta tendencia
confrontacional; por lo que no había una personalidad capaz de sobreponerse al
conflicto, e integrar sus contradicciones en una función complementaria.
El caso de Juan Gualberto Gómez es
especialmente interesante en esta circunstancia, por su propia proyección;
vinculándose siquiera eventualmente a la dirección del Instituto Tuskegee de
los Estados Unidos, no a la NAACP. Esto es importante, porque la confrontación
cubana reproducía de algún modo la norteamericana; que entre las figuras de
W.E.B. Du Bois y Booker T Washington, pugnaba entre el desarrollo económico
(Morúa) y el político (Estenoz). Alineando ideológicamente con Estenoz, Juan
Gualberto Gómez debió haber encontrado más afinidad política en la NAACP; pero
envía a estudiar a su hijo a Tuskegee, poniéndolo directamente bajo la tutela
de Washington, al que dirige una carta y hace promesas políticas.
Obviamente, para Juan Gualberto
Gómez se trataba de una medida práctica y no política, puntual y no general; de
hecho, era un problema familiar y no racial —aunque determinado por lo racial—
a resolver por sus propios recursos. El fenómeno tiene que haber sido
interesante para un adelantado como Gómez, en un ambiente ideológico enrarecido
por las contradicciones; mostrando además la compleja superposición de
intereses que se acumulan alrededor del conflicto, creando su propia masa
crítica (momentum) y alcances.
Esto explica la masacre de 1912 y
la gesta del PIC, en esa suerte de modelo sacrificial que inaugura todo en
Occidente; inevitables entonces, siquiera como culpa nacional, sobre la que
puede construirse el carácter, en la integración final; pero en un movimiento
que realizará precisamente el ideario de Morúa, con ese impulso voluntarioso de
lo negro en Cuba. La culpa, sin embargo, carece de toda consistencia propia, y
por eso carece de todo valor positivo en su naturaleza referencial y reflexiva;
derivando esa consistencia del conjunto de hechos al que se refiere, en una
reflexión que sólo cobra cuerpo y sistematicidad paulatinamente.
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