Sunday, July 17, 2022

El Garveyismo en el contexto de Martín Morúa Delgado, la excepcionalidad cubana

El Garveyismo fue el movimiento impulsado por el jamaiquino Marcus Garvey, fundando su partido (UNIA) en 1917; pero esa habría sido solo la apoteosis de su desarrollo, comenzado tan temprano como con su propia experiencia laboral. Ya en 1908, Garvey —entonces vicepresidente del sindicato de impresores en Kingston— era despedido por sus actividades; lo que denota un vertiginoso desarrollo anterior, como base de la cultura política importada a Cuba por los braseros del Caribe.

Esto es importante, porque permite definir al Garveyismo como una cultura distinta del Renacimiento de Harlem; con el que se va a relacionar, en el enfrentamiento de la otra cultura de la era Jim Crown en los Estados Unidos. Se trataría entonces del Garveyismo como un fenómeno anglo caribeño, de corte más pragmático en su naturaleza popular; distinto en eso del movimiento franco caribeño de la Negritud, cuyo carácter era más especializado y elitista (intelectual), ideológico; y distinto también del Renacimiento Negro de Harlem (EEUU), tan elitista e intelectual como el de la Negritud, aunque menos ideológico[1].

Contrario al Garveyismo, la Negritud y el Renacimiento de Harlem eran susceptibles de manipulación política; dada la naturaleza intelectualista e ideológica de sus respectivas pretensiones políticas, más allá de lo racial. Esto lo mostrarán las críticas y ataques posteriores de W.E.B. Du Bois a Marcus Garvey, a propósito de la fundación de la UNIA; definiendo al Garveyismo más en concordancia con el industrialismo de Booker T. Washington[2], en la misma contradicción entre este y Du Bois.

Sería este complejo panorama el que incida en la tensión racial cubana que culmina con el Partido Independiente de Color; un movimiento de profundas —aunque relativas[3]— raíces nacionales, pero con una base abierta en el intercambio popular. El fracaso del Partido Independiente de Color, con la masacre de 1912, determinaría así el desarrollo posterior; con la subordinación del problema racial a las pretensiones políticas de la tradición liberal, con su humanismo neocristiano; confluyendo así, como en los casos del intelectualismo franco caribeño y norteamericano, en las tendencias socialistas y comunistas.

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Hasta entonces, el problema racial cubano se habría definido más por su ambigüedad que por alguna tendencia específica; fluctuando desde el nacionalismo, proveniente de la cultura integracionista hispánica, al resentimiento por las injusticias raciales de la República; que producía casos de desarrollo espectacular como el de Morúa Delgado, pero también de fragrante despojo, como Quintín Banderas. La diferencia entre los casos de Morúa y Banderas, que es típica, puede explicarse por el desarrollo de cada uno; el primero en su derivación hacia el autonomismo conservador, mientras el segundo se mantenía en el independentismo.

Más grave aún, en su naturaleza ideológica el independentismo carecía del pragmatismo político del autonomismo; y Banderas en particular era uno de los casos más radicales, respondiendo a los parámetros del heroísmo clásico, a niveles de crueldad. Sería este énfasis último, natural en la época, el que afectaría el desarrollo y la integración paulatina de los negros en la república; pero creando en ello el resentimiento también natural, que alimentaría su ambigüedad de clase en problema político.

De ahí la importancia —si bien subrepticia— del movimiento que culmine en el Garveyismo, como cultura de referencia; que va a ser criticado por el nacionalismo de la clase media —mayormente blanca— como extranjerizante, agudizando el conflicto racial. Como resultado de esta confrontación, Morúa Delgado simplemente habría sido sobrepasado por la complejidad de su circunstancia; pudendo sentar sólo la base para un desarrollo político posterior discontinuo, como el economicista de Booker T. Washington en los Estados Unidos.



[1] . La singularidad en este sentido del Renacimiento de Harlem como fenómeno, es que no se reducía al elitismo intelectual; sino que dependiente incluso de una amplia representación artística y especializada, este arte (música, teatro, etc.) incluía un carácter más popular. Debe recordarse que manifestaciones artísticas como la poesía, el teatro o la música eran más bien de corte recreativo; careciendo entonces de la determinación racionalista del academicismo que padecerá el arte postmoderno, siendo en ello que resida su capacidad reflexiva, antes que la función discursiva de este último.

[2] . La crítica tradicional define la temprana propuesta de Washington como de acomodamiento, evitando el matiz ideológico; pero ya la línea de Garvey es definida en este sentido, como procapitalista, en contraste directo con la ya abiertamente socialista de Du Bois. Especialmente llamativo será que entre las críticas de Garvey a Du Bois, resalta la ausencia de oficiales negros en la NAACP; motivando las suspicacias por su mayor integrismo segregacionista, desarrollado posteriormente por cierto extremismo negro, como el de la nación del Islán.

[3] . La historia de Cuba está plagada de líderes extranjeros, venerados como propios del panteón nacional, en contradicción con toda exacerbación nacionalista; comenzando por el primer líder insurrecto, el taíno Guamá, de origen quisqueyano, igual que el generalísimo Máximo Gómez..

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