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La cuestión negra en Cuba no era económica
sino política, basada en el prejuicio ilustrado contra la barbarie; con la que
se identifica al negro en general, en el mimetismo de la oligarquía nacional
respecto a la norteamericana. Sin embargo, esa misma oligarquía se preciaba de
su ascendiente en el integracionismo racial de la cultura ibérica; con franco
desdén hacia el pragmatismo comercialista inglés como ascendiente de la
norteamericana, con sus propias ínfulas ilustradas.
La figura es contradictoria, reflejando las
pretensiones anexionistas de esa oligarquía, de mayoría no absoluta; diluyéndose
en las clases medias y bajas, sin mayores intereses —por falta de acceso— al
industrialismo norteamericano. La prueba de esto estaría en el establecimiento
controversial de al menos tres capítulos del Ku Kuk Klan en Cuba; con al menos
uno de ellos en la región central de las Villas, todos cerrados por su
impopularidad, pero abiertos en primera instancia.
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El rechazo de estas prácticas va a suprimir
esta determinación, en favor del convencionalismo ético de la sociedad; igual
de pretencioso en su trascendentalismo histórico, pero consistente con su
entorno político. Esto es grave, todavía en el siglo XXI y emergiendo del
desastre antropológico de la revolución cubana; porque aún a estas alturas es
la mayor referencia en las relaciones del negro cubano con sus otros
congéneres, a los que rechaza.
Como todo fenómeno cultural, esto es
ambiguo, reflejando el mismo terror de violencia nacional de 1912; manifiesto
en ese temeroso desdén, con el que el negro cubano sigue subordinando el
problema racial al nacional. Esta misma
separación de ambos problemas como distintos es absurda, contradiciendo la
unidad intrínseca de lo real; que como naturaleza se realiza siempre local y no
universalmente, en la inmediatez absoluta de todas sus determinaciones.
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En este sentido, el negro cubano es
zanjonista, aunque justificado en esa eficacia de Martínez Campo en la clase
media; y su ruptura en la sublevación de los Independientes de Color habría
sido una simple reacción, inconsecuente con su voluntad de subordinación. No
debe sorprender que como manifestación sea contradictoria, como toda la cultura
cubana en tanto realidad, en sus fenómenos; que en la fatalidad de su inmadurez
—nacida de la Ilustración— no consigue comprender su naturaleza, en la puntualidad
local con que se realiza.
Por eso el negro cubano no osa la confrontación
que empuje esa realidad a la madurez, escabulléndose en el mestizaje; hasta que
obligado por su propia esclerosis, no le quede más remedio que acudir a su
misma masa crítica. Eso ocurriría necesariamente, consumado el desastre
político como antropológico, en un proceso de reconstrucción; que volviendo a
excluir al negro en su perenne precariedad, no le permita más que reorganizarse
en sí mismo, con sus propios referentes.
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