Sunday, May 26, 2024

Negros cubanos del exilio

Por supuesto, los negros tendremos que organizarnos si queremos tener alguna influencia en el desarrollo de cuba; pero para eso tendremos que entender las experiencias anteriores, y la recurrencia con que fallan. El problema parece ser la ambigüedad, por la que la red de intereses personales se expande en los políticos; como una proyección social de los mismos, que es lo que los explica en su autenticidad, pero también los pierde.

Eso es entonces apenas natural, ya que los intereses no existen en abstracto sino en esa consistencia de lo personal; pero como una relación peligrosa, en que el peso del egoísmo y la mezquindad arrastra a la inteligencia en su falta de alcance. Es por eso que este esfuerzo no debería estar sesgado por esas limitaciones personales, no importa la premisa; y eso por una cuestión incluso práctica y no moral, en tanto proyección personal, que nunca generará la confianza que necesita.

La experiencia ha mostrado que como objeto común, la expresión política ha de ser colegiada; asumiendo la reunión de todos los intereses, no importa lo difícil que sea, y hasta las contradicciones que eso implica. En definitiva, la contradicción es sólo el condicionamiento de toda proyección, más allá de lo personal; que así deviene en práctica, en vez de sublimarse en el idealismo, cuya falsa moral la hace inconsistente.

Los negros cubanos podemos seguir intentando todas las exclusiones que queramos, legítimas o no; es la realidad misma la que se impone, decidiendo qué tiene futuro y qué no lo tiene. El error es la persistencia de posarse sobre el ego, ansioso de reproducir el poder blanco; porque esto es lo que resta posibilidades a toda proyección, con la misma soberbia que dice combatir.

El mismo hecho de que alguien lo reconozca y no se atreva a cruzar ese límite, sería la señal de peligro; que no reside en la legitimidad, sino en la inconsistencia, terminando por socavar esa legitimidad. ¿En definitiva, si una proyección es tan personal, cómo puede ser legítima y coherentemente política?; ese es el contrasentido que secuestró a la revolución cubana, conduciéndola al desastre antropológico que es.

Eso es lo que, por ejemplo, permite la manipulación en discursos que secuestran la fuerza colectiva; haciendo que los conflictos sean insolubles, abstraídos a su legitimidad, tras el prestigio personal; que es en definitiva aparente, ocultando sus falencias inevitables, y que no tendría que ser tan importante. Lo práctico es entonces lo que permite la solución de los problemas, explotando todas sus aristas; pero para lo que tiene que ir más allá de lo personal, desconfiando de ese genio sublime que no puede negociar.

El ejemplo de esto sería la incapacidad de los negros, para establecernos como fuerza política en el exilio; no importa el crecimiento proporcional desde el éxodo de 1980, que reconfiguró al exilio histórico. Quizás el problema esté en sus genios, ocupados en construirse un nicho político en la élite blanca de ese exilio; en vez de dirigirse a una mediación con los afro norteamericanos, que redunde en el debilitamiento de su liberalismo.

O quizás no, sino que ese puede ser precisamente el propósito, en un esfuerzo solapado por ese ascendiente; que con su fe en lo político marca al liberalismo desde su nacimiento, con la Modernidad. También quizás, esto provenga de que esos líderes no son genuinamente negros, sino sólo por defecto; porque los blancos les recuerdan que no son blancos, siendo negros por resentimiento y no por valores positivos. Esto explicaría esa dependencia del liberalismo blanco, que a cambio los usa como moneda de cambio; pero debilitándolos tanto que no pueden intentar ningún esfuerzo efectiva, dado que su consistencia es ideológica y no existencial.

Eso explicaría la incapacidad anterior para actuar en una mediación efectiva ante la fuerza política de los afroamericanos; a los que no se puede presentar una alternativa suficiente, en esa inconsistencia, que nos sume en su misma ambigüedad. Para eso necesitaríamos una proyección que comprenda incluso nuestro conservadurismo, que es pragmático y no moral; e incluso la verdadera hondura en una nueva profundidad ontológica, en vez de repetir lugares comunes con la mera esperanza de —por fin— hacer filosofía.

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