Que él pudiera
hacerlo, reconociendo el peso de esa personalidad, es lo que mejor lo retrata
por lo que es; no por el folclor del humor cáustico y snob, por el que Cuba no
entiende sus problemas y los padece para siempre; sino por la tenacidad de una
persona que trabaja en silencio, desde la oscuridad, y en lo que importa.
Mientras el cubano común trata de sobrevivir —lo que es legítimo en su inmensa
dificultad—, él vivió a plenitud; no porque careciera de dificultades, sino por
la entera y la generosidad con que las enfrentó, al punto de este trabajo.
En este
sentido, los negros cubanos se aferran a esa ambigüedad de clase que es lo
intelectual, y tratan de vivir; por eso se venden al mejor postor, y protestad
la maldad de los blancos, a los blancos que viven de eso. Robaina se vuelve y
establece la bases para el movimiento de la antropología cubana al lado negro
de su mestizaje; e inteligente, no lo hace sobre la base de una retórica
política, enarbolando la apariencia manipulable de una necesidad; sino
enumerando los aportes específicos de eso negro a la cultura cubana, que
rebasan el burlesco de su música y su baile.
Probablemente ese
de Gutiérrez no sea su trabajo más importante, pero sí el más ilustrativo de
ese esfuerzo; que es de lo que se trata, como la comprensión de su personalidad
profunda y amable hasta con la historia. Robaina así da sentido hasta a la
Sociedad Aponte, a la que ofrece la trascendencia de que carece en su
ilegitimidad; sacrificándole la suya, como un escalón en que el futuro puede
posar sus pies de esclarecimiento para la historia nacional.
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