Sunday, October 8, 2023

El reino de este mundo: Crítica desde la nueva antropología del Caribe

Esta tiene la virtud de ser la mejor novela sobre la revolución haitiana, pero también de ser perversa en su distorsión; ya que, gracias a su literatura excelente consigue una reflexión de lo real, pero distorsionado. Esto se debería a esa capacidad reflexiva del arte, de fijar hermenéuticamente la determinación existencial de la realidad; que aquí perpetúa el bucle dialéctico de lo histórico, en el dilema existencial de su protagonista, con su falsa dicotomía.

Hay que enfatizar el afrancesamiento intelectualista del autor, que funda su estilo en el realismo crítico como maravilloso; no en la eficacia trascendental de lo mágico, y que es lo que lo distingue de la literatura Latinoamericana. Esto es importante, porque imprime en su literatura la función discursiva del simbolismo antes que una capacidad reflexiva; con su consiguiente sobre distorsión de lo real, no ya con la parcialidad de su interpretación, sino también con su pretensión política.

De ahí que resulte una racionalización de la realidad, antes que en un intento de comprensión efectiva de eso real; como si siguiera la máxima de la oncena tesis contra Feuerbach, que no era una tesis sino una mera interjección. Esto es lo que deviene el escepticismo positivo de Ti ’Noel, por el que renuncia a lo mágico como fuente de su ontología; que es de hecho lo que resuelve la práctica religiosa en su función super estructural, fijando el espectro hermenéutico de la cultura.

Esa distorsión es propia de la Modernidad, y Carpentier es apenas la moderación de su decadencia postmoderna; todavía la suya es la generación de los primeros epígonos, cuya vanidad se sacia en puestos diplomáticos y cátedras universitarias. No saben que, deviniendo en canon, son así ya convencionales, en función de vigilancia conservadora, no reflexiva; por eso su excelencia literaria es mayormente discursiva, incluso cuando —como literatura— retiene algo de la capacidad reflexiva original.

Tampoco un escritor es una pieza inamovible, por más canónico que sea, y Carpentier está entre los mejores; y la diferencia que media de El siglo de las luces a La consagración de la primavera, es la misma entre Viaje a la semilla y El reino de este mundo. La perversión viene en su reducción maligna del proceso haitiano al imperio de burlas de Henry Christophe; ignorando su base trágica en la epopeya de Loverture, que la explicaría en su propio sentido y objetividad.

Esta perversión es comprensible, si obedece a la de Carpentier, como decadencia del ilustracionismo moderno; que en su afrancesamiento duplica su perversión, al perpetuar ese canon del escritor en que decae Occidente. Tan es así que —por ejemplo— el protagonismo de Ti ‘Noel es oscurecido por la banalidad de las aventuras de Paulina Bonaparte; y hasta la función operativa de MacKandal se reduce a esa fanfarria de lo maravilloso, sin detenerse en la humanidad que lo sostiene.

Es por esto que la revolución haitiana pervive en el imaginario como una cuestión racial, incomprensible en la brutalidad; pero explicable en la sublimación moral y seudo religiosa del falso humanismo ilustrado, con sus utopías. En vez de eso, esta es sólo la contradicción del colonialismo moderno, separando a negros y blancos en bandos contrarios; pero sólo por la perversión imperial del republicanismo, que termina traicionándose a sí mismo como imperialista.

Esta otra comprensión permitiría —o hasta exigiría— plantearse la naturaleza real del capitalismo moderno; como sólo una abstracción conceptual, que —como el socialismo— distorsiona la funcionalidad de la economía industrial. Carpentier sirve así al propósito comunista que lo alimentaba, encausando la cuestión racial como de clase; a lo que se redujo en su oficialismo, desde aquel fresco asombro de Los pasos perdidos y la sublimación de Sofía.

No comments:

Post a Comment