Hay que enfatizar el afrancesamiento intelectualista
del autor, que funda su estilo en el realismo crítico como maravilloso; no en
la eficacia trascendental de lo mágico, y que es lo que lo distingue de la
literatura Latinoamericana. Esto es importante, porque imprime en su literatura la función discursiva del simbolismo antes que una capacidad reflexiva; con su
consiguiente sobre distorsión de lo real, no ya con la parcialidad de su
interpretación, sino también con su pretensión política.
De ahí que resulte una racionalización de
la realidad, antes que en un intento de comprensión efectiva de eso real; como si
siguiera la máxima de la oncena tesis contra Feuerbach, que no era una tesis
sino una mera interjección. Esto es lo que deviene el escepticismo positivo de Ti
’Noel, por el que renuncia a lo mágico como fuente de su ontología; que es de
hecho lo que resuelve la práctica religiosa en su función super estructural, fijando
el espectro hermenéutico de la cultura.
Tampoco un escritor es una pieza
inamovible, por más canónico que sea, y Carpentier está entre los mejores; y la
diferencia que media de El siglo de las luces a La consagración de la
primavera, es la misma entre Viaje a la semilla y El reino de
este mundo. La perversión viene en su reducción maligna del proceso
haitiano al imperio de burlas de Henry Christophe; ignorando su base trágica en
la epopeya de Loverture, que la explicaría en su propio sentido y objetividad.
Esta perversión es comprensible, si
obedece a la de Carpentier, como decadencia del ilustracionismo moderno; que en
su afrancesamiento duplica su perversión, al perpetuar ese canon del escritor en
que decae Occidente. Tan es así que —por ejemplo— el protagonismo de Ti ‘Noel
es oscurecido por la banalidad de las aventuras de Paulina Bonaparte; y hasta
la función operativa de MacKandal se reduce a esa fanfarria de lo maravilloso,
sin detenerse en la humanidad que lo sostiene.
Esta otra comprensión permitiría —o hasta
exigiría— plantearse la naturaleza real del capitalismo moderno; como sólo una
abstracción conceptual, que —como el socialismo— distorsiona la funcionalidad
de la economía industrial. Carpentier sirve así al propósito comunista que lo
alimentaba, encausando la cuestión racial como de clase; a lo que se redujo en
su oficialismo, desde aquel fresco asombro de Los pasos perdidos y la
sublimación de Sofía.
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