Wednesday, January 4, 2023

La lucha por la nación Gullah Geechee

II – El problema del separatismo

El problema con el separatismo negro en Estados Unidos, es que no se trata de un movimiento claro y definido; sino que como toda realidad, es un fenómeno amorfo, reflejando las reacciones a la cultura de segregación racial. En ese sentido, debe partirse de la concepción errónea de los Estados Unidos como una nación racialmente definida; que en su extensión de Occidente crea un problema de integración racial, a partir de la emancipación de los esclavos.

Esa noción es errónea por simplista, ignorando los niveles de integración en que se conforma la cultura norteamericana; primero sobre la base —y el desplazamiento— de las naciones indígenas, con  cuya interacción se transforma constantemente; pero además y de forma paralela, con el corredor negro del sureste, por su concentración de la cultura de origen africano, en esa suerte de Nueva África. De ese modo, Estados Unidos no es una nación orgánica y con diversos problemas raciales que devienen políticos; sino una realidad compleja y dúctil, irreductible a esa organización armónica de una identidad nacional; cuya complejidad proviene de la superposición de diversas identidades, cada una con su propio referente geopolítico.

Incluso separadamente, los estados exceden esta estructura tradicional, precisamente por su origen colonial; establecidos mayormente como empresas capitalistas particulares, más que incorporando conquistas territoriales. El único estado que reproduciría la fundación original en la conquista, y no exactamente, sería el de Carolina; segregado como extensión propia de la corona, semejante a los territorios del Caribe inglés, en contraste con el resto de las colonias.

Esta originalidad sería lo que defina específicamente a ese estado, centrando el posterior cinturón negro del país; pero en tensión constante con el de Georgia, cuya fundación es empresarial (capitalista) y no feudal. Es esta complejidad original la que hace al sureste de Estados Unidos susceptible a las pretensiones del comunismo; que en la estructura supra nacional de la II Internacional, apela a su humanismo (anticapitalista) como estrategia de penetración.

No hay que engañarse, el objeto de esta estrategia es el debilitamiento de la hegemonía imperial norteamericana; justo con las mismas proyecciones imperiales del socialismo real, como alternativa al capitalismo moderno. El esfuerzo obedecería así a la misma subordinación de los intereses de los negros, por los del socialismo internacional; tal y como en el caso del Movimiento de la Negritude, en su intento de legitimación intelectual con Sartre, que lo reduce a una típica contradicción de clase.

No es casual que esto coincida con la etapa prosoviética de Sartre, y esta con el estalinismo de la Internacional; es el mismo vínculo de W.E.B. Du Bois en el elitismo intelectual negro norteamericano, en su propia evolución al socialismo. Se trata siempre del mismo fenómeno, que reacciona en su desarrollo caótico —como toda realidad— a sus diversos estímulos; en todo caso, el fenómeno brinda a los negros norteamericanos una identidad política de apariencia definida, por su carácter ideológico; en un momento en que, comenzada la crisis (postmoderna) de la modernidad, toda la conflictividad política se reduce a lo ideológico.

En esto recuerda al lento desarrollo del Cristianismo como cultura política, y en ello realidad con valor antropológico; rebajado, desde las discusiones hiper trascendentalistas del temprano medioevo, a las ideológicas de la escolástica. Como en ese caso los cristianos, los negros habrían perdido aquí —como la nación Gullah Geechee— su propio sentido existencial; en la función reflexiva con que pudieron corregir el exceso ontológico de Occidente, tal y como entonces los cristianos.

Probablemente el separatismo negro sólo responda en todas sus formas a una intuición, ya esbozada en Du Bois; no una segregación positiva radical, sino como una suerte de trascendentalismo espiritual en función reflexiva; que preservando los valores funcionales de la marginalidad negra en Occidente, corrija los excesos de su ontología tradicional. Ese sería de hecho el valor de la reina Quet, como referente existencial, para cuando esa realidad madure políticamente; pero susceptible de perderse en el convencionalismo de una integración incondicional, como en el industrialismo de Washington, o el de la separación radical.

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