II – El problema del separatismo
El problema con el separatismo
negro en Estados Unidos, es que no se trata de un movimiento claro y definido;
sino que como toda realidad, es un fenómeno amorfo, reflejando las reacciones a
la cultura de segregación racial. En ese sentido, debe partirse de la
concepción errónea de los Estados Unidos como una nación racialmente definida; que
en su extensión de Occidente crea un problema de integración racial, a partir
de la emancipación de los esclavos.
Esa noción es errónea por
simplista, ignorando los niveles de integración en que se conforma la cultura
norteamericana; primero sobre la base —y el desplazamiento— de las naciones
indígenas, con cuya interacción se transforma
constantemente; pero además y de forma paralela, con el corredor negro del sureste,
por su concentración de la cultura de origen africano, en esa suerte de Nueva África.
De ese modo, Estados Unidos no es una nación orgánica y con diversos problemas
raciales que devienen políticos; sino una realidad compleja y dúctil,
irreductible a esa organización armónica de una identidad nacional; cuya
complejidad proviene de la superposición de diversas identidades, cada una con
su propio referente geopolítico.
No hay que engañarse, el objeto de
esta estrategia es el debilitamiento de la hegemonía imperial norteamericana; justo
con las mismas proyecciones imperiales del socialismo real, como alternativa al
capitalismo moderno. El esfuerzo obedecería así a la misma subordinación de los
intereses de los negros, por los del socialismo internacional; tal y como en el
caso del Movimiento de la Negritude, en su intento de legitimación intelectual
con Sartre, que lo reduce a una típica contradicción de clase.
No es casual que esto coincida con
la etapa prosoviética de Sartre, y esta con el estalinismo de la Internacional;
es el mismo vínculo de W.E.B. Du Bois en el elitismo intelectual negro
norteamericano, en su propia evolución al socialismo. Se trata siempre del
mismo fenómeno, que reacciona en su desarrollo caótico —como toda realidad— a sus
diversos estímulos; en todo caso, el fenómeno brinda a los negros
norteamericanos una identidad política de apariencia definida, por su carácter
ideológico; en un momento en que, comenzada la crisis (postmoderna) de la modernidad,
toda la conflictividad política se reduce a lo ideológico.
Probablemente el separatismo negro
sólo responda en todas sus formas a una intuición, ya esbozada en Du Bois; no una
segregación positiva radical, sino como una suerte de trascendentalismo
espiritual en función reflexiva; que preservando los valores funcionales de la
marginalidad negra en Occidente, corrija los excesos de su ontología
tradicional. Ese sería de hecho el valor de la reina Quet, como referente
existencial, para cuando esa realidad madure políticamente; pero susceptible de
perderse en el convencionalismo de una integración incondicional, como en el
industrialismo de Washington, o el de la separación radical.
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