Yesenia Selier |
Sólo que como excesiva al fin y al
cabo, dicha afirmación no es exacta y se presta a la mala representación;
porque antes de la revolución haitiana Cuba sí tenía una economía próspera, que
de hecho explica su derivación al contrabando. Primero, es un error achacar el
contrabando a la pobreza, porque para insertarse en este es necesario tener
algo que ofrecer en intercambio; y Cuba poseía exactamente el bien más buscado —por
su funcionalidad— en las actividades de contrabando, que es el dinero.
Ciertamente, Cuba no tenía una
economía de producción como la haitiana, pero sí una —muy desarrollada— de
servicios; sostenida por el enorme presupuesto del situado de México, como
cuartel general del imperio español en las Américas. Eso es lo que explica el
fenómeno excepcional incluso, de lo que probablemente fuera el primer conflicto
del capitalismo en España; cuando la sublevación de los vegueros (1717) respondió
a la traumática transición de la economía feudal al transaccionismo
capitalista.
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Esto incluso explicaría la discordancia de Louverture reteniendo la institución esclavista, mejor que la inconsistencia moral; volviendo el foco al tipo de relaciones que se gestaban en Cuba y los Estados Unidos, aún si sobre esa base anterior de la falencia haitiana; que no es gratuita, sino debida justo a su carácter eruptivo e inicial, y por ende funcionalmente negativo. Esto se refiere a una función dialéctica, en la que se posibilitan los desarrollos, justo con la contracción que sintetiza los anteriores; y en ese sentido, se habría tratado entonces de la simple manifestación en el nuevo mundo —como extensión de Occidente— del desarrollo político europeo; en el avance del industrialismo anglo francés, con los problemas estructurales de este último en su base humanista, frente al pragmatismo del otro.
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Nada de eso está oculto, pero es
accesible sólo a una perspectiva pragmática, no a la manipulación ideológica; con
la que los catedráticos, como escolarcas medievales, se agotan con la población
angélica que cabe en un alfiler. Eso no restaría consistencia la revolución
haitiana, cuya función política vendría a ser como la —igualmente equívoca— de
Sócrates en Filosofía; no fundacional sino conclusiva, en esa contracción que
permite el desarrollo posterior, semilla que se pudre entonces antes que
floración gloriosa.
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