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Diana Fletcher |
Un elemento importante de la
negritud norteamericana, por su singularidad, es su falta de pureza étnica; no ya en el
sentido de mestizaje con la raza blanca, menos pronunciado que en Cuba, pero sí
con las indígenas. Es esta relación con los indígenas la que opera su
integración histórica, en oposición a las colonias británicas; afectando la
configuración cultural del cinturón Gullah Geechee, con el retorno gradual
desde la migración forzada al medio oeste.
Esto no ocurre directamente, ya que
esas comunidades removidas hacia el medio oeste no regresan al sureste; pero sí
se mezclan con la masa emigrada al norte con la emancipación, y cuyos
descendientes sí regresan al sur. Este regreso al sur es desorganizado, y carece
de eventos notables, que le otorgue relevancia un orden histórico; sino que ocurre
puntualmente, en el movimiento general de las familias, en busca de desarrollo
individual. No obstante, aun así tiene suficiente densidad demográfica, como
para esta reconfiguración de sus comunidades; incorporando no solo la
conflictividad política de su complejo origen, sino también los elementos
culturales indígenas, recogidos en este recorrido.
Este sería el vínculo de ese
cinturón Gullah Geechee con la cultura norteamericana, como su marco general; relativizando
esa presión étnica que ejerce sobre esta, en una relación compleja y dinámica
con este marco suyo. No hay dudas de presión étnica directa del cinturón Gullah
Geechee, caracterizado por su extrema singularidad; pero esta singularidad no
es funcionalmente distinta de las de las reservas indígenas, dentro de ese
espectro norteamericano.
Ahora, justo por su menor isolación
como estructura emergente, esta singularidad sería más activa que las
indígenas; permitiendo en este mayor vínculo una presión más efectiva que las
puramente indígenas, en sus prácticas concretas. Como margen, esto sería lo que
permita una mayor incidencia de la cultura negra en la renovación de Occidente;
al infundirle su propia vitalidad, frente a la lenta declinación de las
puramente indígenas, perfectamente aisladas en su sistema de reservas.
Con la precariedad de su
equilibrio, es también este margen lo que neutraliza la presión política del
separatismo; ya que, como se habría visto, la singularidad (neoafricana) no es absoluta
como la de las reservas indígenas. Esta estructura cultural no admite entonces la
alternativa política que requiere una emergencia separatista; ya que sus determinaciones
son propias de esta estructura norteamericana, que es la que las provee en su
relatividad funcional.
Téngase en cuenta que, esta imposibilidad
de una fractura política total, es propia de la singularidad Gullah Geechee; no
se refiere al proceso paralelo —y diacrónico— del otro de esa estructura
general, en la que decae Occidente. En este caso, el trauma político sólo
remarcaría esa singularidad de una cultura neoafricana, haciéndola más
conflictiva; pero manteniéndose aún, como el vínculo trascendente que dificulta
dicha fractura, por la compleja densidad de su inmanencia
Como principio, esta contradicción
redundaría en el debilitamiento de la capacidad política de esta singularidad;
subordinándola, siquiera tangencialmente, a la vigilancia neo conservadora del
nuevo liberalismo ideológico. Curiosamente sin embargo, también permite la conciliación
de las contradicciones internas de esta singularidad; de modo que eventualmente
puede madurar en su propia emergencia, revirtiéndose sobre esa estructura
general, con su renovación.
Recuérdese que se trata de una
tesis, por la que la religión es la que organiza el espectro hermenéutico en la
cultura; brindando en sus cosmogonías los referentes (cosmológicos) para la
reflexión existencial, en la praxis de esta cultura. La subestructura religiosa
no puede ya suplir esta función supra estructural, al perder capacidad de
determinación política; un proceso madurado con la Modernidad, pero llevado a
su apoteosis como decadencia, con la postmodernidad.
Aludiendo a la misma precariedad de
todo equilibrio, esto sería un proceso que puede ser acelerado o retardado; siempre
en función de los eventos concretos en que se realiza, pero que también lo
hacen inevitable como proceso. En todo caso, se trata del futuro del país justo
por esta singularidad, que no contradice sino condiciona y ajusta su
actualidad; para conseguir la madurez que consiga la renovación hermenéutica de
Occidente, cuando ya la religión no puede cumplir dicha función.